El impacto del estallido de la burbuja inmobiliaria, no solo afecta a la economía de todo un país. También se aprecia en el paisaje, con urbanizaciones más o menos terminadas, que poco a poco se van transformando en modernas ruinas mayas, invadidas por la vegetación. La demolición, desescombro y recuperación del paisaje es una tarea muy costosa, que legalmente debe correr a cargo del promotor de la obra y, en último extremo, de la administración.
Los campos de golf, cuando se dejan de regar, se convierten en páramos. Sobre todo en zonas poco favorecidas por las precipitaciones, como el Levante peninsular.
Japón también tuvo su propia burbuja de ladrillo, campos de golf incluidos, en un país donde no sobra el terreno llano. Por otra parte, tras el desastre de Fukushima, Japón se propuso doblar la producción de energía limpia para 2030. Y qué mejor forma de aprovechar esos campos de golf abandonados, que cubrirlos de paneles solares.
Los paneles de un solo campo de golf junto a Kioto, instalados por la multinacional Kyocera, producirán energía suficiente para abastecer a 8.100 hogares. Estados Unidos, que también ha vivido el auge y declive de los campos de golf, ya se lo está planteando.
Quizá en estos países no exista un oligopolio energético como en España, o una política que penalice la producción de energías limpias. Porque de ruinas, páramos y sol andamos sobrados.